lunes, 9 de julio de 2012

En remojo



Con frecuencia pienso en lo afortunados que somos los madrileños de las montañas que nos rodean. Muchas veces no somos conscientes, pero disponer de paisajes recónditos de alta montaña tan cerca de la urbe, es algo de lo que sentirse orgulloso. Los riders locales no nos conformamos con frecuentar las pistas de mayor tránsito o los parajes de afluencia turística. Tenemos un poco de complejo de autismo y disfrutamos perdiéndonos en rincones accesibles sólo por senderos sucios de pinocha y árboles caídos, de difícil tránsito por gran acumulación de piedras, raíces e incómodos matorrales que te arañan extremidades según pasas. Existe cierto lugar en las inmediaciones de Cuerda Larga, que cumple estas características. Un pequeño circo glaciar, de complicado aunque ciclable acceso, que te deleita con un paisaje de alta montaña espectacular, de pradera verde y arroyo salvaje, teniendo siempre al sur en el horizonte el marco de las torres de la urbe. 
Ayer Vico y yo decidimos hacer una visita al rincón en cuestión, escalando los casi mil metros de desnivel que lo separan del punto de partida. Una ruta estival perfecta: casi siempre cobijados por la sombra del bosque y con un silencio sepulcral, sólo perturbardo por el crujir de las ramas a nuestro paso. Pero como siempre, el esfuerzo tiene una recompensa y para nosotros, era sin duda descabalgar de las bicis, quitarnos las zapatillas y por supuesto, sumergir los pies en el arroyo. Existen pequeños placeres en la vida que te hacen sentir vivo y estar ahí sentado, con los quesos en remojo y charlando entre risas de la ruta, es uno de ellos. Pero ayer, nos quedaba por disfrutar dos más. La espectacular bajada en singletracks entre pinos y la jarra helada de cerveza con limón al terminar. 

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